
Y sigue un largo silencio de muerte. ¿De muerte? Los que hemos vivido en lugares donde las cuatro estaciones están bien marcadas y con la mayoría de los árboles de hoja perecedera podemos entender que es un silencio de letargo, un pesado sueño. Es el frío invierno que pareciera acabó con toda la vida… Pero llegará la primavera, las yemas de las ramas abultarán y reventarán, saldrán las hojas flores y frutos, los pájaros comenzarán a cantar y a enamorarse, construir sus nidos y la vida bullirá a borbotones de nuevo.
Pero tiene que pasar ese silencio purificador. “Al tercer día resucitará”, se pone a prueba nuestra esperanza. El sábado 27 acabamos de apagar todos los aparatos eléctricos y electrónicos celebrando “La hora del planeta”, a oscuras permitiendo que la tierra respire. Un derecho de ella y un deber nuestro. Y no hace falta ser catastrofistas ni milenaristas para considerar “señales de los tiempos” los terremotos de Haití, de Chile… La tierra se retuerce de dolor; en algo podemos mitigarlo y en mucho mitigar el dolor de sus hijos más desprotegidos.

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