¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!Jamás el bosque dio mejor tributoen hoja, en flor y en fruto.¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empiezacon un peso tan dulce en su corteza!
Definitivo cambio de significado: el símbolo de maldición, de ignominia, de muerte, transformado en signo de bendición, de nobleza, de Vida. La cruz pasará a ser, desde aquel Viernes Santo, el principal signo visible del amor de un Dios que nos amó tanto que ni siquiera a su Hijo le ahorró la muerte más vergonzosa de la época.
Ello no fue posible sin recorrer el largo camino hacia Jerusalén y luego el suplicio de la subida al Calvario. Fue necesario abrazar la cruz, palos de árbol muerto, para generar nueva Vida. Lo hizo Él y nos lo anunció para todos sus seguidores: “porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?” (Lc 23,31).
Sabemos bien que el bosque necesita renovarse, que los árboles frutales necesitan ser podados... Los humanos han acompañado ese proceso evolutivo en las especies vegetales durante millones de años con bastante racionalidad. Incluso sin grandes conocimientos científicos, el sentido común les decía que había que cambiar los lugares de cultivo, dejar descansar la tierra, cambiar las semillas, injertar… Multitud de procedimientos, muchas veces elementales, pero que lograban el equilibrio natural necesario para que la flora del planeta evolucionara convenientemente.
Pero sabemos también que la avaricia ha llevado a la explotación irracional de los recursos madereros y otros y hoy peligra la vida del planeta, justo por el desequilibrio brutal generado. El calentamiento global, los cambios inesperados de clima, lluvias a destiempo y en lugares inapropiados, sequías prolongadas… todo producto de esa condena a la que se ha sometido al planeta en un juicio ilegal y subterráneo. Una vez más, los poderosos han condenado al inocente que no puede defenderse: al planeta tierra que les dio generosamente la vida.
Y están condenando al Señor de la vida. Cristo, hoy sufre esa condena junto con la madre tierra. Recientemente tuvo que aceptar la sentencia en Copenhague. Las protestas de los suyos (muchos de ellos no creyentes) no lograron frenar la ambición, el egoísmo y el miedo de los poderosos. Y este viernes santo camina hacia el calvario para morir si nadie lo remedia.
¿Seremos capaces de frenar esa sentencia contra nuestro planeta y contra el autor de la Vida? No bastan lloros y lamentos, se necesitan acciones eficaces: “No lloren por mi, lloren por ustedes y por sus hijos” (Lc 23,28), dijo el Señor Jesús.
Poéticas y preciosas palabras de un himno litúrgico del Viernes Santo. El valor de la madera, en este caso, no lo da la especie del árbol sino el peso colgado en su corteza: el Salvador de la humanidad levantado en él. Árbol seco pero del que brota la nueva Vida para los creyentes.
Definitivo cambio de significado: el símbolo de maldición, de ignominia, de muerte, transformado en signo de bendición, de nobleza, de Vida. La cruz pasará a ser, desde aquel Viernes Santo, el principal signo visible del amor de un Dios que nos amó tanto que ni siquiera a su Hijo le ahorró la muerte más vergonzosa de la época.
Ello no fue posible sin recorrer el largo camino hacia Jerusalén y luego el suplicio de la subida al Calvario. Fue necesario abrazar la cruz, palos de árbol muerto, para generar nueva Vida. Lo hizo Él y nos lo anunció para todos sus seguidores: “porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?” (Lc 23,31).
Sabemos bien que el bosque necesita renovarse, que los árboles frutales necesitan ser podados... Los humanos han acompañado ese proceso evolutivo en las especies vegetales durante millones de años con bastante racionalidad. Incluso sin grandes conocimientos científicos, el sentido común les decía que había que cambiar los lugares de cultivo, dejar descansar la tierra, cambiar las semillas, injertar… Multitud de procedimientos, muchas veces elementales, pero que lograban el equilibrio natural necesario para que la flora del planeta evolucionara convenientemente.
Pero sabemos también que la avaricia ha llevado a la explotación irracional de los recursos madereros y otros y hoy peligra la vida del planeta, justo por el desequilibrio brutal generado. El calentamiento global, los cambios inesperados de clima, lluvias a destiempo y en lugares inapropiados, sequías prolongadas… todo producto de esa condena a la que se ha sometido al planeta en un juicio ilegal y subterráneo. Una vez más, los poderosos han condenado al inocente que no puede defenderse: al planeta tierra que les dio generosamente la vida.
Y están condenando al Señor de la vida. Cristo, hoy sufre esa condena junto con la madre tierra. Recientemente tuvo que aceptar la sentencia en Copenhague. Las protestas de los suyos (muchos de ellos no creyentes) no lograron frenar la ambición, el egoísmo y el miedo de los poderosos. Y este viernes santo camina hacia el calvario para morir si nadie lo remedia.
¿Seremos capaces de frenar esa sentencia contra nuestro planeta y contra el autor de la Vida? No bastan lloros y lamentos, se necesitan acciones eficaces: “No lloren por mi, lloren por ustedes y por sus hijos” (Lc 23,28), dijo el Señor Jesús.
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