

Evidentemente, las Fiestas Patrias no sirven sólo ni principalmente para expresar muestras de patriotismo sino para muchas otras cosas para las que son una excelente excusa y ocasión.
Todo lo anterior es bueno y digno de respeto y aplauso. También para eso cantamos el “Somos libres…”. Pero hay algo para lo que se debería aprovechar el STOP de las Fiestas Patrias: para algo más comunitario, para evaluar la marcha como país y como pueblo. La referencia obligada es el 28 de Julio 1821, al igual que los israelitas tenían la fiesta de la Pascua recordando el paso a la libertad con la salida de Egipto.
En aquel ya lejano año de primera mitad del s. XIX, “por la voluntad de los pueblos”, el Perú

oportunidades para todos en la búsqueda de unas condiciones de vida dignas. Estaba implícito también el compromiso de desarrollar las potencialidades de cada etnia, de cada región, de cada grupo humano, a fin de que todos sumaran a la hora de dar forma concreta a ese concepto llamado “patria” para convertirlo en la casa común de todos los peruanos y peruanas.
Han pasado ya casi dos siglos y estamos obligados a aprovechar el STOP para preguntarnos si hemos logrado los objetivos propuestos y si en el último año nos hemos acercado más a ellos, si nos hemos estancado o si hemos retrocedido. Por si teníamos dudas, hace pocos meses el conflicto de la Amazonía con el triste y lamentable final trágico de Bagua, nos puso sobre la mesa una asignatura pendiente: hay pueblos, etnias, culturas que se sienten marginados, desconocidos o ignorados por el poder central (¿también por la mayoría de nosotros?). Esta vez hicieron sonar sus tambores para decirnos que no están dispuestos a seguir aceptando el maltrato. No les falta razón pues al mismo tiempo diversas personalidades (nuestro presidente incluido) dejaron aflorar –consciente o inconscientemente- que les consideraban ciudadanos de segunda o tercera categoría.


Habría muchos otros puntos que nos dejarían interrogantes sobre la verdad de nuestra real independencia, libertad y desarrollo igualitario: el acceso a bienes y servicios, la igualdad o no ante la ley y la justicia, la posibilidad real de una información veraz en temas importantes, la descentralización efectiva y el impulso a una auténtica regionalización que frenara el crecimiento del enorme pulpo capitalino…
Y esto lo hacemos no solo ni principalmente desde análisis sociológicos, económicos o políticos que otros pueden y deben hacerlo mejor, sino desde nuestra fe cristiana que nos dice que todos/as los/as hijos/as de Dios que vivimos dentro de nuestras fronteras tenemos derecho a la vida digna que hoy es posible, gozar de las ventajas que hoy ya podemos y compartir en equidad lo que es de todos. Desde nuestra fe afirmamos que el Dios que quiso la independencia y la libertad de éstos países hace dos siglos (como había querido la libertad de los israelitas en Egipto) quiere hoy que todos sus hijos sean reconocidos con igual dignidad en teoría y en la práctica.

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