En
las diferentes épocas de la historia, el ser humano se ha visto influido por
paradigmas sociales y culturales en relación a conceptos como la vejez y el
envejecimiento. En la época moderna, estos conceptos se encuentran asociados
con la improductividad, dependencia, insuficiencia, entre otros.
Como
bien señala Rice: "en la sociedad, el envejecimiento poblacional se
enmarca típicamente como una sangría de la economía, una amenaza al sistema de
cuidado de la salud y una carga para las familias. En el plano individual la
vejez se considera como una época de pérdidas ubicuas y muy pocas ganancias.
Pareciera que la mejor manera de llegar a la vejez es evitar del todo
envejecer, o al menos, aparentar que no se envejece". (C. Rice, C.
Löckenhoff, L. Carstensen. "En busca de independencia y productividad:
cómo influyen las culturas occidentales en las explicaciones individuales y
científicas del envejecimiento". 2002).
A
nivel laboral, este envejecimiento se manifiesta en la edad de jubilación. De
acuerdo a nuestro sistema de jubilación, a partir de 65 años de edad los
trabajadores son “invitados” al retiro y reemplazados por jóvenes productivos y
eficientes. Bajo esta perspectiva, el retiro no es una decisión personal, es
una obligación creada por el sistema para mantener la economía. Las personas
adultas mayores pierden estatus y valor dentro del mercado laboral.
Como
podemos observar, el sistema económico actual convierte al ser humano en un
instrumento de producción y consumo. Lo que no sirve, se descarta. Frente a
estas desigualdades, el papa Francisco se ha pronunciado enfáticamente para
denunciar la cultura del descarte. Para él “se descarta a los ancianos con el
pretexto de mantener un sistema económico «equilibrado», en cuyo centro no está
la persona humana, sino el dinero”.
En
nuestra sociedad actual el Dios cristiano ha sido reemplazado por el dios
dinero. Un dios que ha logrado someter al ser humano a las necesidades creadas
por el mercado para alcanzar su reconocimiento. Este sometimiento ha llegado a
niveles tan inesperados que el ser humano ha renunciado a su propia dignidad
para ponerse al servicio de él, incluso minimizando la vida de los demás. Como
bien dice el Papa Francisco: “No puede ser que no sea noticia que muere de frío
un anciano en la calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa”.
El
predominio del dinero en nuestras vidas ha transformado al ser humano en un ser
egoísta que solo piensa en su satisfacción personal. La indiferencia se ha
vuelto en una actitud para evadir la responsabilidad que nosotros tenemos con
los demás. Las necesidades de las personas adultas mayores han sido reducidas y
entendidas como una carga económica para la sociedad, como si se tratara de un
favor y no un derecho que toda persona debe gozar.
A
manera de reflexión podemos señalar entonces que la cultura del descarte no es
de cristianos ya que las personas adultas mayores, así como todo ser humano, no
es un bien de consumo del que uno puede disponer y luego tirar. Para el Dios
cristiano todos tienen el mismo valor porque el ser humano, a diferencia del
dinero, es el centro de todo. Nuestro desafío como cristianos es no dejarnos
llevar por falsos ídolos y ser consecuentes con nuestra forma de pensar y
actuar, denunciando las injusticias y siendo solidarios con nuestro prójimo, de
manera especial, con las personas más excluidas de la sociedad.
"La Moyano"
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