martes, 30 de marzo de 2010

DOMINGO DE RAMOS

El evangelista Lucas nos ha llevado de la mano en su evangelio haciendo ese largo camino hacia Jerusalén, subiendo detrás de Jesús con la cruz, aprendiendo e imitándolo.Hemos hecho un acelerado curso de “discipulado” en el que había siempre un transfondo: no hay resurrección sin cruz, sin renuncia, sin entrega. Repetidas veces los discípulos quieren o pararlo o desviar el camino. Y él sigue. A veces pareciera que hasta “provoca” a los que lo quieren condenar y matar… Son nuestros “cálculos y precauciones realistas” que Él no tiene; por eso armó el escándalo expulsando a los vendedores y cambistas del templo, a los que habían convertido la religión en un negocio.Hoy, domingo de Ramos, se deja aplaudir y vitorear por los niños, los humildes, los sencillos, los sin malicia… Sabe que ellos no lo van a librar de la condena, pero no les quita el gozo de aclamarlo, vitorearlo, bendecir a Dios Padre en las obras que hace a través de Él…Y goza viéndoles levantar en alto sus ramas de olivo y de palmera…

Esas ramas que no son símbolo de muerte, sino de vida. No son los despojos de la deforestación brutal, los atropellos para explotar la tierra para lo que sea: para arrancarle los minerales, el petróleo, la madera valiosa, los productos que más ganancia dan en el momento… Son ramas de vida, ramas podadas para que las plantas se renueven y den mejores frutos. También El lo había dicho: es tarea del Padre podar y limpiar las ramas para que den más fruto (Jn 15,2).

Los sucesos de Bagua del año pasado nos hicieron caer en la cuenta, en nuestro Perú, de que había una herida permanente y sangrante en nuestro país así como en los vecinos. Mucho tiempo antes el mismo hacha criminal dejó sin vida los bosques de Centroamérica y el Caribe; también en Africa y en Asia… La pasión y muerte de Jesús en la naturaleza tiene larga y triste historia. Hoy la vivimos mucho más cercana y nuestros hermanos de Bagua y el resto de la selva nos lo han hecho sentir.

En las ramas de esos niños de Jerusalén, por el contrario, podemos encontrar el símbolo de vida que contrarresta con aquel voraz atropello. Nadie mejor que unos niños alegres y juguetones para hacernos entender el brutal crimen que está llevando al calentamiento global, al deshielo de los glaciares, al avance de la desertificación, a la contaminación del suelo, el agua y el aire. Ellos y las generaciones futuras tienen derecho a disfrutar de una vida sana y saludable y nosotros el deber de garantizarla.

Que esta Semana Santa, contemplando a Jesús sufriendo en la naturaleza herida de muerte, nos ayude a asumir compromisos serios, a nivel individual, comunitario y de instituciones públicas. Domingo de Ramos, realidad de muerte y vida.

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