Cuenta su mamá:
"Cuatro semanas antes de Navidad,
Paulita dice adiós a sus juguetes y se transforma en una niñita tan obediente
que encanta. Pero con la llegada del Año
Nuevo vuelve a ser la niña de siempre".
Admirada, la madre contempla estos
cambios tan bruscos. Ni ella, ni el papá
y ninguno de los amiguitos más íntimos de la pequeña saben dar una explicación a
ese hecho extraño. Solamente Dios conoce
su secreto.
Cuando Paulita tenía cinco años, su
abuela le contó que el Niño Jesús había nacido tan pobre que no tenía, como los
otros niños, una cunita calentita, sino que lo habían dejado en un frío establo,
en pleno invierno. Lágrimas de compasión
corrieron por las mejillas de la niña: ¡Pobre Niñito Jesús, sin colchón, sin
abrigo! ... ¡ Y Jesús era el Hijo de Dios!... ¿Qué se podía hacer?
-¿No te gustaría ofrecerle una camita
blanda y frazadas abrigadas? - le preguntó con mucho interés la abuelita? .
¡
Cuánto me gustaría abuelita! Pero, ¿cómo puedo hacer yo todo eso?
- Escucha. Cada sacrificio que hagas será una pluma para
la almohada y para el colchoncito de Jesús y cada oración una hebra de hilo para
las sabanitas. Faltan cuatro semanas
para el nacimiento. Todavía tú puedes,
en este tiempo prepararle una camita
blanda y calentita.
Este fue el secreto que Paulita
guardó con tanto cariño y que nunca olvidó.
Después de algún tiempo, el buen Dios se llevó la abuelita al cielo. Paulita lloró amargamente; ahora no tenía a
nadie que le ayudara a preparar la cunita del Niño Jesús. Finalmente después de pensar mucho, recordó
que seguramente la abuelita, desde el cielo, contemplaba su trabajo y vería si
ella lograba juntar muchas plumas para el colchoncito del Niño Jesús.
Cuando la mamá colocaba la Corona de
Adviento en el comedor y encendía la primera de las cuatro velas, Paulita
comenzaba a juntar plumitas y a fabricar hilos, para la camita del Niño Jesús.
Al principio esto no fue fácil, pues no podía encontrar nada, no sabía qué
sacrificio podía hacer.
Un día, durante el juego, Antonia,
una de sus compañeras, para molestarla le dio un fuerte pelotazo en la espalda,
y cuando Paulita estaba a punto de pagar con la misma moneda, oyó en su interior
una vocecita que le decía: "No le tires la pelota a Antonia, soporta el dolor por Mí. Has un
sacrificio".
"Ahora - pensó Paulita - ahora ¡ Sí
Señor !, estas son tus plumitas, los sacrificios para el Niño Jesús".
No tiró la pelota y así recogió la
primera pluma que guardó en su corazón, en un cofrecito celestial.
Aquella misma tarde cuando su madrina
le dio un chocolate, ella ya sabía que es chocolate tenía que ser cambiado por
una plumita para el colchón del Niño
Jesús. En vez de comérselo, lo dejó en
un bolsillo del abrigo de su hermanito.
Al día siguiente ayudó a sus mamá
llevando un canasto de ropa al lavadero y allí trabajó con ella toda la mañana,
tanto que su mamá quedó admirada y la besó suavemente. Todo se transformaba en plumas para el
pesebre: dulces, sacrificios y oraciones.
En la tercera semana de Adviento,
cuando se encendió la tercera velita, Paulita ya había juntado treinta y nueve
plumitas.
"¿Bastarán?", reflexionó.... Como no
sabía si treinta y nueve plumitas serían suficientes para hacer un colchón, sacó
calladita el colchón de la muñeca de su hermana y fue al sótano. Allí con toda calma abrió una de las costuras
y sacó treinta y nueve plumas. Pero
quedó desilusionada al ver el pequeñísimo montón.
No había juntado ni la mitad de lo
que necesitaba. Tan poca cosa no bastaría para calentar al Niñito Jesús, al Hijo
de Dios. "No importa", pensó y con un
suspiro puso otra vez las plumitas en el colchón.
Desde ese momento la dominada un solo
pensamiento: "¡Más Plumas! ¡Necesito
juntar más plumas, si no el querido Niño Jesús pasará frío!".
¡
Cómo se esforzaba la niña! Vivía atenta
para no perder ninguna ocasión de hacer un sacrificio. Durante este tiempo ella fue la más amable de
las compañeras, la más servicial, especialmente frente a aquellas que no le
gustaban y hasta hubiera sido capaz de decirles que hicieran cualquier cosa para
así tener la ocasión de juntar otra plumita.
¿Comprenden ahora por qué en cada
Adviento Paulita deja de lado sus juguetes?
Su tesoro secreto crecía siempre más.
El Niño Jesús, ¿ no debería tener también sabanitas? En la cama de Paulita había dos y además la
abuela le había enseñado cómo hacerlas.
Cada vez que rezara, sería una hebra de hilo para las sábanas del Niño
Jesús.
Ahora Paulita agregó a las oraciones
de la mañana y de la noche un Ave maría y cuando miraba el cuadro que colgaba de
la pared sobre la cama, pensaba: "Mi corazón es sólo de Jesús".
En el camino a la escuela cuando
pasaba por la Iglesia, se encontraba con una imagen de la Virgen y el Niño Jesús
en brazos. Paulita vio que las flores estaban allí muy marchitas. Desde ese día llevó todas las mañanas un ramo
de flores a la Iglesia y lo dejó a los pies de la Santísima Virgen.
Después, rezó todas las oraciones que
sabía de memoria, recordando que cada una sería una hebra para las sabanitas de
su querido Jesús.
Finalmente llegó la Navidad, la
hermosa Nochebuena. Paulita estaba arrodillada muy cerca del pesebre, en una
dulce conversación con el Niño Jesús:
"Estas recostado sobre paja, pero en
mi corazón, querido Niñito Jesús, hay muchas plumitas para calentarte. Tengo dos sabanitas para cubrirte. Ven Niño Jesús, ven a mi corazón; te va a
gustar la camita calentita y blanda que te he preparado".
Y
el Niño Jesús entró alegremente en el corazón de Paulita.
Adaptación de Gabriela Kast a un Relato de autor
desconocido.
1 comentario:
muy hermosos la historia de paulita nos ayuda a reflecionar en nuestras vidas el amor de una niña a jesùs.
Publicar un comentario