Durante dos meses nos habíamos acostumbrado a que, además de las
habituales malas noticias de droga, delincuencia, suicidios y crímenes
pasionales, se añadía la noticia de que dábamos los más altos índices de
humedad y las más bajas temperaturas en la ciudad.
Y era cierto: nuestros cerros y
quebradas estuvieron semanas cubiertos por una densa niebla que impedía toda
visibilidad, una fuerte garúa que llegaba a ser lluvia y un frío húmedo que calaba hasta los huesos.
No por casualidad a uno de nuestros lugares más húmedos en Villa María del
Triunfo se le conoce con el nombre de “Ticlio Chico”… La calle central de las
quebradas se convierte en un río que trae barro y se lleva, de paso, el débil
asfalto colocado más que para que dure, para sacar la foto al inaugurar lo
asfaltado
De pronto se despejan las nieblas, sale el dios inti y un hermoso manto verde ha recubierto los cerros y quebradas. Semillitas diversas traídas en volandas por el viento fueron depositadas en estos lugares inhóspitos y durmieron meses y meses esperando la situación propicia para germinar. Esta situación se la proporcionó este inusual largo y húmedo invierno.
Hace tres días, el segundo con sol, hice caso omiso
a mi dolor de rodilla y subí cientos de escalones (en los lugares
privilegiados, en los otros ni escaleras hay) y me dejé embargar por esa
borrachera de verde que se divisaba desde lo alto. Un espectáculo ciertamente
hermoso, un paisaje de sierra auténtica y hasta de selva (por el tamaño de las
hojas de ciertas matas…).
Y le di gracias a Dios por esa maravilla de la
naturaleza de generar vida de la muerte, como el propio creador lo hace. Le
agradecí que los más pobres de nuestra gente puedan tener lo más bello tan
cerca… Así como hermosa fue sin duda, la fiesta de la Santísima Cruz en el
Manantial, el sector más alto de mi comunidad parroquial. Fue oportunidad para
que las familias de abajo lo tomaran como una excursión…
Pero, obviamente, toda moneda tiene su cara y su
cruz. Para disfrutar ahora todos de esta belleza, cientos de nuestras familias
pasaron muchas noches con las goteras de agua mojando todo dentro de las
inapropiadas viviendas, cientos y miles de niños y ancianos se enfermaron
desviando hacia las medicinas los pocos recursos destinados a la comida. Las
enfermedades respiratorias -y la tuberculosis de manera especial- encontraron
su ambiente propicio para clavar sus garras en la indefensa población…
Ni siquiera era posible lavar y secar la ropa…
Sí, esta es la cruz y, como siempre, cargada en los
hombros de los más pobres. Y ya sabemos la reacción lógica: “¿Por qué han
venido a vivir a estos lugares tan inhóspitos? ¿No estaban mejor en sus
comunidades rurales?”
Pues con absoluta seguridad no, estaban peor o -por lo menos- el futuro de sus hijos aparecía tan oscuro como las nieblas de acá. Es el gran pecado secular del país: el centralismo capitalino que concentra no solo el trabajo sino los bienes y servicios y a donde todos tienen que venir. Si realmente se hubieran desarrollado las regiones otro hubiera sido el resultado.
Seguiremos disfrutando de nuestros cerros verdes y, a la vez, seguiremos luchando para que algún día todos estén incluidos en el reparto equitativo y tengan vivienda digna, en lugares dignos y cercanos a sus trabajos. Mientras, nos toca estar a su lado como el Señor quiere.
José María Rojo
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