Salmo 26 “El Señor es mi luz y mi salvación”.
Segunda lectura Flp 3, 17-4, 1 “Cristo nos transformará, según el modelo de su cuerpo glorioso”.
Evangelio Lc 9, 28b-36
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elias, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle». Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
.............................................................................................................En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elias, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle». Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
La Transfiguración del Señor: La Cuaresma nos presenta todos los años, en este segundo domingo, la escena de la Transfiguración del Señor. Al hacerlo así, la Iglesia quiere ser fiel al itinerario de Jesús tal como nos lo presentan los evangelios: la subida hacia Jerusalén es un camino hacia la Pascua, que pasa por la cruz y la muerte.¿Quién es Jesús para nosotros? En la página evangélica anterior a la que hoy hemos proclamado, Jesús pregunta a sus discípulos qué es lo que piensan de Él, quién es Él para ellos. Pedro contestará: "Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo". Jesús llama dichoso a Pedro por la respuesta, y promete que sobre la firmeza de esa fe edificará su Iglesia. Inmediatamente después Jesús se pone a decirles que el Mesías tiene que sufrir mucho a manos de los dirigentes de Jerusalén, que le llevarán a la cruz y a la muerte, y que al tercer día resucitará. Pedro, que un momento antes ha declarado su fe en Jesús como Hijo de Dios, no quiere admitir que las cosas sucedan así, y rechaza el camino que Jesús les dibuja. Pedro se llevará una buena regañina de Jesús por "pensar como los hombres, no como Dios". Sin duda Pedro esperaba un Mesías triunfal, vencedor de los enemigos de Israel, posiblemente rey. Pedro va a tardar en comprender a qué Señor está siguiendo. Y nosotros también. Pedro llegará a entenderlo del todo cuando se encuentre con Jesús resucitado.Está claro que también nosotros somos llamados a preguntarnos en este momento quién es Jesús para nosotros, y a tratar de esbozar una respuesta personal y comunitaria. ¿Nos escandaliza un Señor traicionado, entregado, crucificado y muerto? ¿Tratamos de comprenderle? Anticipo de la luz y de la gloria. Para animar a sus discípulos en este momento de crisis, para que sepan reconocer y aceptar la cruz como camino de resurrección, Jesús se transfigura delante de Pedro, Santiago y Juan, que unos días más tarde le verán sufrir y angustiarse en Getsemaní ante la inminencia de la pasión. La transfiguración de Jesús delante de ellos, con la presencia de Moisés y Elías, y con la voz del cielo tras la nube luminosa: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle': anticipa algo de la luz y la gloria que rodearán a Jesús tras la muerte, cuando resucite según su promesa.Invitados a seguir los pasos de Jesús. La Cuaresma, nueva cada año, es una invitación a todos nosotros a seguir los pasos de Jesús, con la esperanza cierra de que nuestro camino es un camino de gloria que ya estamos recorriendo, mientras cargamos con las cruces que acompaña la marcha de la humanidad y con la cruz de cada uno de nosotros. Necesitamos la cercanía luminosa de Dios para descubrir todo lo que hay ya de resurrección y de vida eterna entre nosotros, todo de cuanto bueno hay en el mundo, por pequeño que parezca, por pequeño que sea, porque esos detalles, esos gestos, son chispas de la luz de Cristo resucitado; son ya, a pesar de su pequeñez, signos de resurrección. Necesitamos apoyarnos y animarnos unos a otros. No todo es muerte; la vida es más fuerte que la muerte, incomparablemente más. Es así. Hay muchas personas y grupos que, transfigurados por el Señor resucitado, en el que creen y creemos con toda el alma, son luz en medio de la humanidad. Son realización y anticipo de la gloria que un día se nos manifestará en toda su plenitud. Sacramento de la presencia de Cristo. Y necesitamos también la fuerza y el tesón de Jesús para cargar con nuestra cruz y aliviar las cruces de los demás en este camino común. Fija nuestra mirada en la Luz de la Pascua, que es nuestra meta final, recorremos este camino cuaresmal llevando nuestra cruz con forraleza de ánimo, y echando una mano en las cargas que oprimen a tantos hermanos nuestros, especialmente a aquellos que sufren el hambre y las guerras inventadas por otros, cuando resulta que son posibles el pan y la paz para todos. Hagamos que estos hermanos que sufren sean para nosotros, en esta la eucaristía, sacramentode la presencia de Cristo vivo y vivifican te, que ellos sean alimento de nuestras vidas, un pan que forralezca nuestra entrega, nuestro compromiso. Serán también así para nosotros pan que nos alimente hasta la vida eterna, cuando ellos, los pobres, nos abran las puertas del cielo, según la promesa de Cristo, cuya memoria nos ha reunido.
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