viernes, 9 de abril de 2010

JUEVES SANTO

El misterio se agiganta en un día en que se celebran muchas cosas a la vez: la eucaristía y el sacerdocio; la nueva alianza, el servicio y el mandamiento del amor… Faltan pocas horas (Juan dirá “ha llegado la hora”) para que se consuma el crimen de la humanidad por excelencia: para nosotros los cristianos el deicidio, el asesinato del Hijo de Dios. Y en esas horas que le quedan Jesús trata de dejar bien sentado lo esencial.En el evangelio de Juan no se nos relata lo referido a la eucaristía en la última cena (ya era conocido). Pero se nos deja una perla preciosa: el relato del lavatorio de los pies y luego un largo discurso de Jesús, tipo testamento.Justo para que no quede duda Jesús concluye el gesto del lavatorio con estas palabras: ¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan (Jn 13,12-15).

No queda la menor duda: no hay verdadera eucaristía sin lavatorio de los pies, sin mandamiento del amor, sin servicio. El, el Señor y Maestro, así ha querido darles una última lección a sus discípulos. Será el amor el criterio para reconocer a los que son de Él, será el servicio la característica esencial de los creyentes en el Dios de Jesús, serán la humildad y la preocupación por los otros los pilares del nuevo Israel, el pueblo de la Nueva Alianza.

Ello tiene unas exigencias muy fuertes para los cristianos de hoy, los que vivimos en una sociedad tan plural. No se nos reconocerá por lo que hagamos al interior de nuestros templos y capillas, no se medirá nuestra fe por lo que hagamos a favor de nuestros grupos o movimientos. La calidad de nuestro ser cristiano la dará la actitud frente a “los otros”. No es novedad en Jesús, ya lo había dejado bien claro en Mt. 25,31 ss, al fijar el criterio de salvación: “tuve hambre, tuve sed…lo que hicieron a uno de mis hermanos a mi me lo hicieron”. Pero ahora, a punto de dar El la prueba suprema de amor (dar la vida por aquellos a los que se ama) el gesto del lavatorio y las palabras de Jesús adquieren un valor muy especial: es su testamento, su última voluntad Siguiendo con el eje ecológico de nuestra reflexión es obvio que una de las pruebas mayores de amar a los hermanos ha de ser trabajar sin descanso para que puedan tener tod@s mejor calida de vida. Y ello implica necesariamente luchar por hacer de nuestro planeta tierra un lugar verdaderamente habitable. Parafraseando a S. Juan en su primera carta podríamos decir: quien dice que ama a sus herman@s y no lucha con todas sus fuerzas para conservar y cuidar la naturaleza en la que han de vivir, es un mentiroso… Lavar los pies no es derrochar el agua, no es un alegre juego de carnaval. También es cuidar un bien limitado y perecible. Y nada que ver con el lavado irresponsable y avaro de minerales contaminando toda la vida en derredor.

Hoy el amor a los hermanos pasa por proteger el medio ambiente. Comulgar con Cristo es hacerlo con el Cristo total y Él es alfa y omega, principio ypunto final al que apunta la creación entera.

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