jueves, 2 de abril de 2009

REFLEXIONES SEMANA SANTA 2009 DESDE LURIN-LIMA SUR

En nuestra diócesis de Lurín-Lima Sur estamos abocados a proclamar durante todo este año 2009 el “kerigma”, es decir, el mensaje central de nuestra fe, concretado en el anuncio de la buena noticia de Cristo muerto y resucitado, del cual somos testigos.Si hay algún tiempo en el año apropiado para ello ninguno como esta gran semana que conocemos como Semana Santa donde se concentran los grandes misterios de nuestra fe.Queremos vivir esta semana intensamente: sentirnos discípulos cercanos de ese Jesús que nos enseña, más que con palabras con hechos, que ha venido para cumplir la voluntad del Padre que es que “todos tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Vida que nos regala en el árbol de la cruz pero que la percibimos mucho mejor al gozarlo resucitado y viviendo entre nosotros.Y queremos ser misioneros, proclamando como lo hicieron sus primeros seguidores que somos testigos de esa gran noticia: que El sigue siendo “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) para los dos millones de pobladores de nuestras chacras, nuestras costas, nuestros arenales y nuestros cerros. Y lo proclamamos porque lo hemos experimentado y porque estamos seguros que siguiendo el camino que El nos traza, buscando y la Verdad que nos hará libres, gozando su Vida que a diario nos regala y defendiéndola siempre que esté amenazada, podemos lograr un Perú nuevo. No el que demagógicamente nos ofrecen –y que siempre es para unos pocos- sino el real y verdadero, el que permita vivir con dignidad a todos y muy especialmente a los marginados y excluidos, a los preferidos del Señor.Ojala las siguientes reflexiones para cada día de esta semana nos ayuden a hacer este recorrido y nos permitan celebrar la Pascua con gran alegría y dispuestos a anunciar que vale la pena creer y seguir a este Jesús, el carpintero de Nazaret y el Hijo de Dios. (JMª Rojo)


SEMANA SANTA

DOMINGO DE RAMOS
Porque se humilló Dios lo engrandeció (Fi 2,8-9)
El domingo de Ramos asistimos a una de esas películas que comienzan por el final y que después dan marcha atrás para hacer todo el recorrido. Comenzamos sumándonos a la gran alegría que provoca Jesús entrando en Jerusalén montado en un burro, un anticipo de la Resurrección, como lo fue –de otra forma- la transfiguración en el monte Tabor. Así nos lo relata Marcos, siempre con su escueto y preciso lenguaje: “Muchos extendieron sus capas a lo largo del camino y otros ramas cortadas de los árboles.
Tanto los que iban delante como los que seguían a Jesús gritaban: ‘¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Ahí viene el bendito reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en los altos cielos!”. Marcos nos dice al comienzo de su evangelio que anuncia la Buena Nueva de que Jesús es el Hijo de Dios. Para que lo crean y acepten sus lectores y para que lo hagamos nosotros igualmente. Luego, repetidamente, nos presenta a un Jesús que manda callar cuando quieren proclamarlo Mesías, Hijo de Dios o Rey de Israel. Y es que Jesús deberá dejar constancia de lo que Pablo nos describe tan hermosamente en el himno de Filipenses 2, 6-11: que se humilló, se hizo uno de los nuestros, semejante en todo menos en el pecado. Y quiere Marcos que conozcamos bien al carpintero de Nazaret pero teniendo muy claro desde el principio que El es el Hijo de Dios. Se condensa eso mismo en la celebración del domingo de Ramos: los pobres, los humildes, los sencillos que lo acompañan –delante y detrás- lo proclaman el Mesías, el heredero de David, el que viene en el nombre del Señor a establecer su Reino de Verdad, de Justicia, de Amor y de Paz. Y a continuación inicia el recorrido de la Pasión. Los distintos grupos que sienten afectados sus privilegios e intereses –enemigos entre sí- van a consumar el pacto: todos contra uno.Escuchamos ya este domingo ese relato de toda la pasión –versión S. Marcos- anticipando lo que viviremos a lo largo de la semana entera. ¿Para qué? Para vivir al completo ese gran misterio Pascual: la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Mal haríamos si nos quedamos anclados en el pasado, si solo leemos un capítulo de la historia que sucedió hace 2,000 años. Nos obliga la liturgia a actualizar eso hoy. Sabemos que Cristo sigue queriendo que su Reino se concrete, que reinen la verdad, la justicia, el amor y la paz. Que no quiere las mentiras y manipulaciones de los poderosos (llámense políticos, banqueros o dueños de medios de comunicación) para seguir engañando al pueblo pobre; sí quiere que se haga justicia a quienes peor lo pasan y que puedan vivir con condiciones de vida dignas, que el amor al prójimo no quede en palabras bonitas sino que se concrete en hechos, privilegiando a los más débiles e indefensos y que la paz no sean proclamas en Congresos y Grandes Reuniones sino el fruto obligado y lógico de todo lo anterior.Lo sabemos bien: los poderosos volverán a pactar (lo acaban de hacer frente a la gran crisis mundial). Y los cristianos de verdad tendremos que cargar con la cruz, con nuestras cruces de incomprensión, desprecio y hasta de persecución. No somos masoquistas pero sí sabemos que los criterios de los poderosos no coinciden con los de Jesús al que seguimos. Haremos con Él el camino de la cruz toda esta semana. (JMª R)

“A los pobres los tienen siempre con ustedes”(Jn 12, 7)
Nos puede desorientar esa actitud de Jesús de permitir que una mujer derroche medio litro de perfume fino y caro ungiendo sus pies. Más aún en casa de Lázaro y sus hermanas que, por éste y otros relatos, se deduce no eran gente pobre sino más bien acomodada. De hecho Juan nos dice que le desorientó a Judas y, se supone, a algunos más de los discípulos.Estamos en los tramos finales de la vida de Jesús y El tiene sumo interés en que no nos dejemos atar por las normas, las leyes, las costumbres, ni por ningún tipo de dogmatismo. Si El había proclamado que “conocerán la Verdad y la Verdad les hará libres” (Jn 8,32) eso tiene que vivirse en la práctica. Los que se llamaban custodios de la verdad –los maestros de la ley, los escribas, los fariseos- estaban ya muy ocupados en pactar con los poderosos –los saduceos, los herodianos y hasta los romanos- la muerte de ese hombre justo. Ese profeta que gritaba la verdad a los cuatro vientos pero que, sobre todo, se presentaba como totalmente libre sin esclavizarse a ninguna norma ni ley, ni siquiera la ley sagrada del sábado que obligaba a no mover un dedo ni para hacer el bien.

Jesús en cambio, se centra en hacernos comprender la ley del amor. Ese amor que está por encima de la raza, la religión, la ley y el culto (como nos lo mostró en la parábola del buen samaritano); ese amor que lleva a buscar la oveja perdida no importa si es un publicano, una prostituta o una mujer adúltera; ese amor que perdona sin exigir cuentas (parábola del hijo pródigo); ese amor que convierte a la persona en esclavo que lava los pies a los que son igual o menos que él; ese amor que pide perdonar setenta veces siete, más aún, incluso al enemigo… Nunca entenderemos el grito supremo en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” si no vamos entendiendo que el amor nos rompe los esquemas y nos obliga a aceptar esos excesos de María, la hermana de Marta y Lázaro, si no aceptamos que el amor tiene algo de locura, que no se somete a las reglas de la estricta razón. Qué pena que ese Judas, en una reacción racionalmente justa y correcta ante “el alocado derroche de María”, critica a Jesús por dejarse querer exageradamente; pero a la vez, hoy, lunes santo, esté ya negociando cómo entregarlo por treinta monedas…como nos lo presentan los evangelios. Incluso –en el mejor de los casos- en la opinión de algunos estudiosos de la biblia, por sus cálculos políticos, para provocar un levantamiento contra los romanos si detienen a Jesús. En cualquier caso, no fue el amor lo que le guió; pudo ser la avaricia o la ambición política, pero no aprendió la primera lección de su maestro: perdió estúpidamente el tiempo “en sus clases”.Se nos exige a nosotros hoy aprender la lección: sólo el amor nos garantiza estar en el camino correcto. Y como bien dijo Jesús, “a los pobres siempre los tendremos con nosotros”. Por si algún despistado pudiera ver oposición entre El y los pobres no nos olvidemos de leer frecuentemente Mt 25, 31 ss: todo lo que hagamos o dejemos de hacer con ellos a El se lo hacemos o se lo dejamos de hacer. No exageró S. Agustín cuando dijo: “Ama y haz lo que quieras”. Que el camino de la cruz sea el camino de interiorización de lo único que estamos seguros nos garantiza la participación en el Reino de Dios: el amor. (JMª R)
“Te aseguro que antes que cante el gallo me habrás negado tres veces” (Jn 13,38)
En el evangelio de Juan, escrito ya casi a finales del siglo I, entre las comunidades cristianas era casi unánime la figura de un Judas Iscariote avaricioso y ladrón, traidor a Jesús y al que vende por la irrisoria suma de 30 monedas. También, en el círculo en el que se escribe el cuarto evangelio hay la convicción de que Juan es “el discípulo amado”, “el que se recostó en su pecho en la última cena” y las dos cosas se recogen muy bien en el cuarto evangelio
marcando una clara oposición entre los dos personajes: Judas y Juan. La interpretación de esos relatos está hoy muy matizada entre los comentaristas bíblicos.Pero no cabe duda que en los escritos joánicos (el cuarto evangelio, las 3 cartas de Juan y el Apocalipsis) el amor ocupa un lugar central y ello dice bien a las claras que el apóstol Juan sí aprendió la lección y aprobó el curso con nota máxima. No podemos dejar eso de lado pues es esencial. Todo lo que Jesús hace y dice en estos últimos días de su vida tiene el sello del amor de Dios manifestado en la vida de su Hijo, el predilecto, y al que quiere que escuchemos y sigamos (Relatos del Bautismo y la Transfiguración).
Hoy se nos presenta a aquel Jesús que exigió radicalidad a los que quisieran seguirlo, pero que sabe bien que “el espíritu está pronto pero la carne es flaca” (Mt 26,41)Seguro que por eso miraría con suma comprensión a Pedro cuando, ante su bravuconada (“estoy dispuesto a dar mi vida por ti”), le hizo poner los pies en la tierra, aparentemente con dureza: “Te aseguro, que antes que cante el gallo me habrás negado tres veces”.El resto de la historia ya lo sabemos: Pedro termina llorando, avergonzado de sí mismo después de demostrar su cobardía. Llanto que no le proporciona el coraje de deshacer el camino andado y seguir a Jesús en sus últimos pasos: ningún evangelista nos coloca a Pedro al lado de María, junto a la cruz.
Es bueno aprender las lecciones: la primera, humildad para asumir que no estamos libres de caer, que es de sabios dejar las bravuconadas de lado, que cualquier contratiempo puede dar al traste con nuestros mas serios compromisos si contamos solo con nuestras propias fuerzas. La segunda la capacidad de reacción, de afrontar los fallos y los errores aunque nos duela: las lágrimas verdaderas tienen alto poder curativo. Tercera, saber que la conversión es un proceso, que no se trata de comernos el mundo al final de un retiro (para al día siguiente caer estrepitosamente) y que tampoco el enrumbar el camino es obra de una decisión momentánea e irreversible… No, los cambios serios y profundos requieren tiempo para poder asimilarlos. Es toda la persona: corazón, cabeza, voluntad… la que tiene que encajarlo y asimilarlo. A Pedro le costó su tiempo, por lo menos hasta la venida del Espíritu Santo que hizo la parte principal. Esta Semana Santa es tiempo propicio para hacer ese proceso o parte de él. Es bueno que tengamos delante la imagen de Pedro… ¡y la de Jesús! (JMª R)

El señor me ha dado una lengua de discípulo,
para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50,4)
Es la víspera de “su” Pascua: los preparativos mantienen ocupados a todos diluyendo la tensión; pero algo se masca en el ambiente que anuncia la tragedia. Jesús quiere celebrar de manera muy especial con los suyos la que presume es su última Pascua y la adelanta. Se distribuyen las tareas y después llega una noche muy larga para Jesús. Es probable que repasara mentalmente los cantos del Siervo Sufriente del profeta Isaías. Tal vez sintiera que Dios Padre le había dado una lengua de discípulo para animar la fe de los suyos, de los abatidos; pero probable también que empezara a sentir la necesidad del Dios cercano que animara la suya propia ante lo que se avecinaba.Nadie como Isaías pudo describir los horrores de la pasión que le esperaban al Mesías, a ese que se asemejó en todo a nosotros menos en el pecado y por eso Dios no lo libró de ninguno de los sufrimientos obra del ensañamiento de los poderosos de su pueblo. Ya hemos visto que contra él se confabulan todos aquellos que habían sentido peligrar sus intereses con la presentación de un Dios Padre cercano que nos hace a todos hermanos e iguales, aunque claramente muestra su predilección por los pobres, los humildes, los sencillos. Es el Dios que ha presentado Jesús y que no fue soportable para los que habían convertido la religión en un negocio rentable, instalado en el propio templo de Jerusalén (Jn 2,16).
El evangelio de hoy nos adelanta un relato del jueves, de la última cena, cuando Jesús anuncia que alguien lo va a entregar y todos le preguntan extrañados: “¿Soy, yo, Señor?”. En realidad uno solo era el que había pactado la entrega, Judas, pero Jesús deja la puerta abierta para reflexionar en las otras formas de entregarle. No se requiere necesariamente venderle ni cobrar la plata… Le entregan todos al huir dejándolo solo, le entrega Pedro negándolo, le entregan regresando a “su rutina” los de Emaús lejos de los doce, le entregan olvidando su palabra de que resucitará y burlándose de las mujeres charlatanas y mentirosas (así las consideran)… Y sigue siendo necesario que nos hagamos hoy cada uno la pregunta: “¿Seré yo, Señor?”. Lo sabemos bien, Jesús es radical al plantear el seguimiento: no valen las medias tintas ni las mediocridades (lo de la “aurea mediocritas” = mediocridad de oro y el “in medio virtus” = la virtud está en el medio, no es bíblico, es filosofía pagana). Todo seguimiento a medias, todo compromiso temporero (cuando es fácil o me siento a gusto), toda euforia momentánea que luego se desinfla, toda conversión de un fin de semana que poco a poco se va apagando, en el fondo es “traición”. Por eso en el Apocalipsis, alguien que conoció bien el amor exigente de Jesús, escribió este durísimo mensaje para la iglesia de Laodicea: “Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente ¡Ojala fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3, 15-16)Mañana, jueves, nos examinarán del amor. Es necesario que ya hoy nos preguntemos si de verdad somos fieles o si la traición se camufla en nosotros de cualquier forma. No es una llamada al desaliento, no, es la “lengua de discípulo” del propio Jesús que nos garantiza el ciento por uno en esta vida y luego la vida eterna. (JMª R) .

“Tomó el pan… esto es mi cuerpo… Tomó la copa… está es mi sangre…” (1Cr11, 23ss)
“Tomó una toalla…hagan lo mismo que yo les he hecho” (Jn13, 4ss)
Jueves Santo. Imposible condensar en unas líneas la gran riqueza de la celebración de este día. Si algún momento puede condensar toda la vida y la obra de Jesús ese es el de la Ultima Cena: la “primera misa”, la institución del sacerdocio y el mandamiento del amor encierran en ellos todo el significado de la vida del Hijo de Dios que cumplió a cabalidad el proyecto del Padre sobre Él.
Podemos tomar como símbolo sus manos. Las manos que toman el pan, las manos que toman el cáliz son las manos que aprendieron a ser útiles en la vida del Dios que se encarnó realmente y tuvo que aprender todo: entre otras cosas, el oficio de su padre adoptivo, José, para ganarse la vida. Son las manos que sanaron a los enfermos, los paralíticos, los ciegos, los sordos… para regalarles la posibilidad de una vida como personas, como gente; las que tocaron a los leprosos sin miedo a contaminarse por la impureza y los reintegraron a la comunidad para no sentirse excluidos; las que acariciaron a los niños valorándolos como privilegiados en el Reino y poniéndolos como modelo; las que bendijeron los panes y los peces para decirnos que Dios quiere vida abundante para todos sus hijos; las que cogieron furiosas el látigo en el templo para protestar por haber convertido la religión en un negocio…
Las mismas que se dejarán mañana, viernes santo, clavar en la cruz como signo supremo de entrega total e incondicional…Esas manos, hoy jueves, son las que toman el pan convertido en su cuerpo para ser distribuido como alimento espiritual para todos sus discípulos y toman el vino convertido en su sangre para hacernos partícipes de esa nueva alianza que Dios establece con nosotros, dejándonos la mayor prueba de amor: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo…” (Jn 3,16). Y son las mismas manos que toman el lavatorio y la toalla para hacer con sus discípulos la tarea de los esclavos: lavarles los pies sucios y encallecidos, no solo de caminar sino de dudas y vacilaciones, de no entender el proyecto de Dios.
El evangelista Juan sustituye el relato de la última cena por el del lavatorio de los pies, claramente para decirnos: es una sola cosa, no pueden separarlo, no hay eucaristía sin mandamiento del amor y sin servicio humilde y generoso. No es posible comulgar con Jesús sin comulgar con los hermanos. Hay tres mesas inseparables: la mesa de la Palabra, la mesa de la Eucaristía y la mesa del Servicio. Y nadie puede llamarse discípulo y misionero de Jesús si no se sienta a las tres mesas, sino practica la triple enseñanza de Jesús.Momento para examinarnos a fondo: ¿preferimos el sentarnos cómodamente a una sola mesa o participamos en serio en las tres? ¿miramos a las manos de Jesús en todos sus gestos o sólo en aquellos que nos gustan y no nos exigen mucho? ¿Qué es para nosotros el Jueves Santo? (JMª R)

“Nadie me quita la vida sino que yo la entrego libremente” (Jn 10,18)
Estas palabras del evangelio de Juan, pronunciadas por Jesús al declararse el Buen Pastor que da su vida por las ovejas, nos marcan el carácter glorioso de la Pasión de Jesús en ese evangelio. La cruz de Jesús es una cruz gloriosa, es la exaltación del Cristo Hijo de Dios que, porque se humilló, Dios lo elevó (Fil. 2,6-11). Es “el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”. La muerte de Cristo nos permite comprender sus palabras de que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia (Jn10,10).
Pero eso no quita un ápice al hecho de que Jesús sufra uno de los juicios más tramposos de la historia –“entre gallos y media noche”, como reza el dicho popular- y el que sufriera una muerte atroz respondiendo al ensañamiento de los poderosos de su tiempo, especialmente el poder religioso, que había convertido la religión en un negocio y no le perdonó a Jesús denunciarlo proféticamente.
Jesús, en su muerte, se convierte en símbolo para todos los tiempos: en esa cruz levantada fuera de la ciudad, lugar de los excluidos, se condensan todas las muertes antes de tiempo: los asesinados antes de nacer, los muertos al nacer en condiciones sumamente riesgosas, los muertos por la desnutrición y el hambre, por enfermedades fácilmente curables hoy (las enfermedades de los pobres), las víctimas de la guerra y todo tipo de violencia, de la droga, los accidentes evitables... Todas ellas, en el fondo, son las muertes causadas por un sistema egoísta e injusto que desprecia la vida humana y sólo se preocupa de asegurar el bolsillo de los poderosos. Lo estamos viendo en la forma de afrontar la actual crisis: los primeros los banqueros, los últimos los pobres de todo el mundo. Muchos de éstos están siendo, literalmente, condenados a muerte. Son los variados rostros del Cristo sufriente de que nos hablan Puebla y Aparecida (DP 31-39; DA 402 y 407-430).
Levantamos los ojos hacia esa cruz gloriosa que nos trae la salvación; hacia ella se encaminan nuestros pasos; pero por el camino no dejamos de mirar hacia esos otros cristos que, a nuestro lado o un poco más allá, siguen siendo condenados a diversos tipos de muerte y esperan cireneos que les ayuden a llevar la cruz y profetas que digan: “¡Basta, esa no es la voluntad de Dios Padre!” (JMª R)
Día de silencio y espera
“(José de Arimatea) después de ponerlo en un sepulcro que estaba cavado en la roca, hizo rodar una piedra grande a la entrada de la tumba” (Mc 15, 46)Es el final. Con el cuerpo de Jesús pareciera que han sido enterradas todas las ilusiones, todas las esperanzas. Tras la piedra que hace de puerta ha quedado liquidado el proyecto del Reino de Dios, la posibilidad de un mundo justo y fraterno regido por la ley del amor, los pobres no tienen ya una Buena Noticia,… ¡No hay lugar para la utopía! Eso parecían anunciar ya la obscuridad, las tinieblas que precedieron inmediatamente a la muerte de Jesús (Lc 23,44).El Sábado Santo significa una larga espera y una cura de silencio. Así sería para los seguidores de Jesús, algunos de los cuales comenzarían a reunirse después de que todo acabó, impotentes y sin capacidad de reaccionar. Es probable que el silencio fuera la nota dominante. No había lugar para recriminaciones: lo hecho, hecho estaba y lo no hecho también. No había marcha atrás, el cuerpo inerte de su maestro estaba dentro del sepulcro, sus planes y los de ellos allá dentro también.
Ahora era tiempo para meditar. Los hechos vividos con Jesús, las palabras escuchadas de sus labios se amontonaban sin orden en sus cabezas. Puede que María a Juan y los más cercanos les hiciera recordar una de sus últimas sentencias en vida: “Animo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33)Largas horas de espera recordando otras palabras de El: “Al tercer día resucitaré”. Esperar contra toda esperanza. Y no era fácil. Llegaría incluso el tercer día, con “rumores” y testimonios de que era verdad y, sin embargo, las tinieblas seguían cubriendo sus mentes: “Nosotros esperábamos…pero a todo esto van dos días que sucedieron estas cosas…algunas mujeres de nuestro grupo nos dejaron sorprendidos…algunos de los nuestros fueron…¡pero a él no lo vieron!” (Lc 24,21-24).
Importante para nuestra vida de fe el aceptar el silencio, los tiempos de oscuridad, la larga espera. A veces será la vida de oración “que no nos llena como antes”; a veces las esperanzas puestas en equipos, planes, proyectos,… que se vienen de golpe abajo; unas veces frustraciones en la vida social, otras dentro de la propia iglesia; a veces se bloquean todos los caminos, otras se apaga la luz en medio del túnel y no se ve salida. El Sábado Santo es una buena experiencia para iluminar todas estas situaciones. Habrá que esperar en silencio a que llegue la luz o a que se escuche cantar el “Aleluya” a lo lejos. En cualquier caso las palabras de Jesús siguen teniendo toda su actualidad: “Animo, yo he vencido al mundo”, la victoria ya está asegurada.
Ojala vivamos este silencio y esta espera como una gestación, como un proceso que nos lleve a vislumbrar primero y luego a poder asumir gozosamente el anuncio del Apocalipsis: es voluntad de Dios el que haya un cielo nuevo y una tierra nueva porque todo lo anterior ha pasado (Ap 21,1-4). Y es voluntad de Él que lo construyamos entre todos/as.
Mañana será la Pascua, el Paso del Señor Resucitado anunciando que ya es realidad. (JMª R)

“A Jesús, Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos” (He 2,32)
Sentencia contundente y lapidaria en boca de Pedro proclamando por primera vez el kerigma, el mensaje central de nuestra fe tras la experiencia de Pentecostés. Faltaba eso, un empujón del Espíritu Santo para que esa experiencia fuerte y gozosa de la Resurrección fuera anunciada a los cuatro vientos.Las primeras las mujeres, después Pedro y Juan, luego los de Emaús y por otro lado los doce. Finalmente muchos discípulos (más de 500 de una vez, nos dice Pablo). De diversas maneras todos pueden certificar que ya no hay que buscar entre los muertos al que está vivo (Lc 24,5). Pero no es una experiencia paralizante, ni siquiera para gozarla individualmente en secreto. El que no dejó a Pedro hacer las tres tiendas para quedarse con Moisés y Elías en el monte de la transfiguración, el Tabor, tampoco permitirá ahora que se queden dentro de ninguna tienda con Él, resucitado. “Resucitó, no está aquí…vayan a decir a Pedro y a los otros discípulos que Jesús irá delante de ustedes a Galilea” (Mc 16,7) Son las palabras dichas a las tres mujeres en el primer testimonio de la resurrección.Y es bien significativo: fue en la Galilea semipagana, despreciada y marginada, donde Jesús inició su misión -el anuncio y realización del Reino- y es en Galilea donde, resucitado, cita a los discípulos para lanzarlos a la misión: “Vayan y hagan mis discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19). Unos años después el gran apóstol Pablo dirá que a él fue al último al que se le apareció, “como un aborto”, en el camino de Damasco (1 Co 15, 8) convirtiéndolo en el apóstol misionero por excelencia.Desde entonces, millones de creyentes, durante más de 2,000 años, han testificado por los 5 continentes que Cristo vive y, lo más importante, que puede dar sentido a la vida de todos/as quienes crean en Él. Acabamos de celebrar el 29 aniversario de uno de los más emblemáticos testigos de la resurrección en nuestro continente: monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de S. Salvador. Fue asesinado mientras celebraba la misa y, días antes, dijo estas palabras: “He estado amenazado de muerte frecuentemente.
He de decirles que como cristiano no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño” (Marzo de 1980). Se quedó corto: no solo resucitó en el pueblo salvadoreño sino en todos los pueblos del continente e incluso en otros. En realidad, es Cristo quien resucitó en él y sigue resucitando a través de todos los que de verdad creen en Él.Lanzando a los discípulos a la misión antes de “dejarlos” definitivamente solos nos hizo entender que la Resurrección es tarea de todos los días, que El resucita cuando se realiza su Reino. Que resucita en cada uno de nosotros si somos fieles, de palabra y de obra, anunciando que “otro mundo es posible”, un mundo en el que los que lo condenaron y siguen condenandolo a muerte no tengan la última palabra, sino los pobres, los humildes, los sencillos, los preferidos del Reino. A eso nos convoca en la Palabra y en cada Eucaristía, hasta que vuelva: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡ven, Señor, Jesús!”. (JMª R)